miércoles, 6 de junio de 2007

Proyecto de Formación Escatológica

ESCUELA DE FORMACIÓN:
LINEAS GENERALES PARA UN PROYECTO DE FORMACION ESCATOLÓGICA


Formulado el 30 de Agosto de 1991. (No figura el lugar donde se dio)

INTRODUCCIÓN

Formación Escatológica.

Jesús dice: "Entonces el Reino de las Cielos podrá ser comparado a diez jóvenes que solieron con sus lámparas para recibir al novio. De ellas, cinco eran descuidadas, y las otras previsoras.
Las descuidadas tomaron sus lámparas como estaban, sin llevar más aceite. Las previsoras, en cambio, junto con las lámparas llevaron sus botellas de aceite. Como el novio demoraba en llegar adormecieron todas y terminaron por quedarse dormidas.
Pero al llegar la media noche, alguien gritó: “¡Viene el novio, salgan a recibirlo!” Todas las jóvenes se despertaron inmediatamente y prepararon sus lámparas. Entonces las descuidadas dijeron a las provisoras: "Dennos aceite, por que nuestras lámparas se están apagando.” Las previsoras dijeron: "Vayan mejor a comprarlo, pues el que nosotras tenemos no alcanzará para ustedes y nosotras.”
Mientras iban a comprarlo, vino el novio, y las que estaban preparadas entraron con él a la fiesta de las bodas, y cerraron la puerta.
Cuando llegaron las otras jóvenes, dijeron: "Señor, Señor, ábrenos” pero él respondió: "En verdad, no las conozco".
Por eso, añadió Jesús, estén despiertos, porque no saben el día ni la hora.” (Mt.25, 1-13).

Por medio de esta parábola, Jesús nos enseña que las jóvenes descuidadas no se preocuparon de prepararse para la venida del novio. Querían que el novio las recibiera a la hora de ellas. Las previsoras, en cambio, estaban preparadas para cualquier hora, porque, dicen ellas, la venida del novio llega de ahora en más.

Aquí hay una aplicación útil para nosotros. En el ahora de este mundo, los elegidos aguardan en acogida confiada lo que el Señor, en su hora de gloria, llevará a término entre nosotros. Pero claro, todo lo que llegue a plenitud tiene su historia de maduración. Es decir, lo definitivo llega a su plenitud, desde su historia de imperfecta realización entre nosotros. O, en palabras evangélicas, la lámpara de aceite necesita mantenerse encendida para que la fiesta de bodas entre en su plenitud con la llegada del novio.

Surge entonces la inquietud de formarnos para lo definitivo, para lo escatológico. ¿Será necesaria esa formación? Solamente Jesús tiene la respuesta. El, por medio de su vida y su mensaje, trae al mundo lo definitivo según Dios. Lo definitivo es el mismo Padre, que Jesús da a conocer a los suyos: Dios - con- nosotros. Pero el Padre no se da a conocer excepto en aquellos que, por su vida y los frutos de esa vida, ya muestran que el Padre los atrajo, mora, y obra en ellos, debido a sus semejanzas con Jesús.

Aquellos que viven de esa manera, viven ya en el reinado del Padre. Jesús da remate escatológico a ese Reinado de Dios en la historia. Aún así, el Reinado del Padre existe en el ahora de este mundo, en espera de su plenifícacion; existe en proceso de maduración, como lámpara de aceite que no se puede dejar agotar, porque el novio llega a la hora menos pensada. Hay que ser previsor: llevar aceite y saber preparar la lámpara.

Los que viven así, fueron formados para lo definitivo, para la fiesta de bodas, que ya comenzó cuando los invitados se pusieron en marcha para recibir al novio. Decididamente, vivir en el Reinado de Dios en este presente exige una formación que capacite para acoger y vivenciar lo definitivo de ese Reino en todas sus manifestaciones. Y esto definitivo, como ya dijimos, no es más ni menos, que el mismo Padre de Jesús con-nosotros.

ASPECTOS DE LA FORMACIÓN ESCATOLÓGICA

1- Maestro de Formación

"Jesús dijo además: “Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre echa la semilla en la tierra; esté dormido o despierto, de noche o de día, la semilla brota de cualquier manera y crece sin que él se dé cuenta. La tierra da fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga y por último la espiga bien granada de trigo. Y cuando el fruto está maduro, mandan a recoger porque ha llegado el día de la cosecha" (Mc. 4,26-29).

¿Cómo es posible esto? "Esté dormido o despierto, de noche o de día, la semilla brota de cualquier manera y crece sin que él se dé cuenta." El Reino avanza sin más. Otro lo dinamiza; no es el hombre. La realidad humana del presente va adquiriendo, más y más, los rasgos que la caracterizarán definitivamente. Esta obra va a cargo del Espíritu. El transforma nuestra realidad en realidad escatológica.

Por lo tanto, toda formación escatológica, desde el comienzo hasta el final, va a cargo del Espíritu de Jesús. Esto tiende a desconcertarnos al principio porque quisiéramos ser autogestores de nuestro crecimiento, pero esto no es posible. El maestro de formación es el Espíritu Santo que moldea a aquellos que acogen su protagonismo.

2. Vertiente profética

El mismo Espíritu sondea y se adueña de la historia humana de modo que la creación entera, como dice Pablo, gime con dolores de parto en espera ansiosa que los hijos de Dios salgan a la luz. La historia está en función de que los elegidos vivencien con mayor autenticidad al Padre de Jesús-con-nosotros.

Sin embargo, no sólo la creación, sino también nosotros, hijos de la luz, gemimos interiormente anhelando el día, en que Dios lleve a su plenitud lo definitivo que desde ahora ya vivenciamos (Rom.8, 23). Podemos decir, en otras palabras, que somos profetas escatológicos a semejanza de Jesús, ya que también anunciamos con nuestra vida lo definitivo, según Dios, que ya hemos asumido. No obstante, nadie gime a no ser que la irrupción de lo definitivo cueste sangre. Cuesta porque, a diferencia de Jesús, violenta lo definitivo según el mundo que, en parte, hemos apropiado.

El profeta es un hombre en el mundo, deshaciéndose de lo que asumió según el mundo, y acogiendo lo que el Espíritu hace crecer en él según Dios. De modo que el profeta escatológico porta la presencia del Padre al mundo, siendo así su portavoz. El mundo, en resumidas cuentas, al sentirse desenmascarado en lo que falsamente presenta como lo definitivo para el hombre, recibe con violencia a tales profetas.

La formación escatológica exige entonces que aprendamos a ser profetas de lo definitivo. Esto requiere un conocimiento de la irrupción del Espíritu en la historia y en nuestras personas; es decir, requiere un conocimiento de la historia vista desde la fe, y un conocimiento de la historia de nuestra fe.

3. Develamiento del Espíritu

Dijo Jesús a sus discípulos: “Tengo muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora. Y cuando venga El, el Espíritu de la Verdad, los introducirá a la verdad total. El no vendrá con un mensaje propio sino que les dirá lo que ha escuchado, y les anunciará las cosas futuras. Me glorificará porque recibirá de la mío para revelárselo a ustedes. Todo lo que tiene el Padre también es mío. Por eso les he dicho que recibirá de lo mío para anunciárselo” (Jn 16, 12-15).

Jesús aclara a sus discípulos que el Espíritu les irá revelando la verdad total. Ella procede del Padre, pero le pertenece a Jesús. El Espíritu toma de lo de Jesús para revelárselo a los suyos. Pero en realidad, ¿qué está aconteciendo? El Espíritu devela su propia realidad en los discípulos. Oculta y misteriosa permanece la presencia de Dios en sus elegidos. Solamente Dios mismo es capaz de dar a conocer a sí mismo. El Padre es la Verdad que el Espíritu de Jesús manifiesta.

En momento de gracia el velo que separa al Padre de nosotros se levanta lo suficiente para que podamos apropiarnos algo más de la presencia de Dios-con-nosotros. En eso consiste el meollo del proceso formativo en lo escatológico. Acoger los momentos de develamiento del Espíritu, asumir la verdad revelada en esos momentos, profundizar en el propio Padre de Jesús que nos marca camino a seguir; todo esto forma en lo definitivo.

Conviene notar que el proceso de develamiento del Espíritu acontece en mi persona, en la comunidad de los elegidos y, también, en el mundo en donde el Señor derrama su Espíritu haciendo brotar chispas de lo escatológico: inquietudes de justicia, paz, libertad. El hombre, no acostumbrado al protagonismo de Dios en su vida y en la historia, tiende a ignorar el develamiento del Espíritu, a cerrarse a la verdad revelada por Dios y a marcar su propio camino a seguir.

Todas estas tendencias obstaculizan el proceso de formación escatológico. Por lo tanto, es necesario perfeccionar el don de acogida al soplo del Espíritu donde quiera que se deje percibir. Así, la historia no sólo será vista desde la fe, sino apropiada en lo que del mismo Espíritu devela; y, a la vez, la historia de nuestra fe será verdaderamente conocida en cuanto haya sido asumida.

4. Conversión

“El ultimo día, el más solemne de la fiesta, Jesús, de pie, decía a toda voz: "Venga a mí el que tiene sed; el que crea en mí tendrá de beber. Pues la Escritura dice: de él saldrán ríos de agua viva” (Jn.7, 37-38).

Ir a Jesús, converger en El. Todo hombre con sed está invitado a entrar en Jesús. Toda obra del hombre adquiere sentido en cuanto converge en Jesús. Eso se llama conversión escatológica. Toca lo más profundo del hombre y toca todo fruto del hombre en Jesús.
Cuando Jesús habla en esta forma: "El plazo está vencido, el Reino de Dios se ha acercado. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva" (Mc.1, 15), no habla precisamente de una opción moral del hombre. Esto se supone. Habla de una opción definitiva por El, de una fe radical amorosa. De ahora en más, el Señor es dueño de mi vida, orienta mi libertad hacia El, y exige que todo fruto que yo dé permanezca (Jn.15, 16). Esto último sólo es posible si mi fruto brota de Jesús y converge en El.

De la misma manera, nada de esto es posible sin un nuevo nacimiento. En Jesús, irrumpe en la historia humana todo hombre nuevo. Nacido de arriba, del Amor compasivo del Padre por el mundo (Jn.3). Y la vida y la obra del hombre nuevo difieren diametralmente de la del hombre viejo, de aquel que converge en sí mismo. La vida del hombre nuevo brota de Jesús por haber yo ya entrado en El. La obra del hombre nuevo es definitiva, permanece, por tener su origen en Jesús y convergir en Jesús.

Por eso podemos decir que las estructuras humanas, no sólo el hombre, requieren una conversión escatológica. La piedra de toque, el criterio de autenticidad para todo lo que el hombre crea es el siguiente: ¿de quién brota, hacia quién converge? Si Jesús no es la fuente y la meta, la obra perecerá; no permanece. Así, la historia nos enseña que tanto esfuerzo de reestructuración social, hacia una sociedad más justa y fraterna, termina en una nueva sociedad, prontamente desvirtuada por nuevos brotes de injusticia y egoísmo.

¿Qué pasó? La sociedad fue reformada, más no radicalmente. Porque, la transformación social radical exige hombres nuevos, capaces de dar frutos que permanezcan: estructuras sociales radicalmente nuevas. Formarnos escatológicamente implica, por tanto, una reorientación de nuestra persona y nuestro fruto hacia Jesús, para no arar en el agua, sino en tierra buena, donde la semilla llega a madurar dando frutos que permanecen. Para lograr este fin, no debemos olvidar la instrumentalidad eficaz de los Ejercicios Espirituales de Ignacio. Cuando son dados y recibidos en su radicalidad cristocéntrica, Dios, por su misericordia, da a luz hombres nuevos.

5- Inculturación.

La gente decía: “¿No es éste el carpintero…?” (Mc, 6,3). Jesús, el carpintero, el Hijo de Dios, carpintero. ¿Qué enseñanza se esconde aquí? Aquí se revela el punto de partida y de llegada de toda obra que sale de las manos del hombre nuevo. Ya vimos que para dar frutos que permanezcan, la fuente y la meta tienen que ser el mismo Señor. Pero eso se logra en medio del contexto de acción del hombre nuevo, encarnado como pobre. La obra del hombre nuevo fluye de la inquietud que el Espíritu hace surgir en ese contexto de pobreza evangélica, y termina en la mayor santificación de esos sus predilectos. Así aconteció con Jesús, el carpintero, y así debe acontecer con nosotros, sus elegidos.

Bienaventurados los que eligen ser pobres, porque en ellos se devela el Espíritu (Mt.5, 3). Hay que hacer realidad esta enseñanza vivencial del Maestro. Por eso, formarnos escatológicamente requiere que asumamos los valores del pobre en seguimiento del ejemplo de vida de Jesús. También requiere que nos sensibilicemos a la cultura humana que promueve los valores del pequeño rebaño que elige ser pobre. Elegir ser pobre, como ya sabemos, es una bienaventuranza, tanto para el pobre, como para el que se inserta entre los pobre. Todos están llamados a valorar y a mantener ese contexto donde el hombre nuevo da frutos que permanecen.

La cultura de los que eligen ser pobres se llama cultura de la pobreza evangélica. Está en ebullición en esos restos comunitarios, formados por pobres que han optado definitivamente por el Señor. Es la cultura escatológica. Aquí el Señor nos lleva a redescubrir y a forjar los valores más auténticos de su Pueblo Santo, pobre y humilde. Sin embargo, esta cultura de pobreza evangélica madura en medio de un sinnúmero de antivalores. Unos, frutos de la desesperación del pobre; otros, fruto de la incidencia de la cultura moderna adveniente, caracterizada en su raíz por lo más humanamente alienante; el hombre viejo como centro de convergencia para toda esa cultura, carece de trascendencia auténtica.

Hay que aprender, por lo tanto, a quedarse con lo bueno y a despechar lo malo, de entre todo lo que late en ese contexto cultural, donde el pequeño rebaño del Señor, pobre y humilde, labra su porvenir. No se puede menospreciar la ayuda que las Ciencias y las Letras prestan a este acontecer. Ellas no son la piedra de toque para lo bueno; eso sólo es el Señor. Pero sí ofrecen unas herramientas culturales, para equipar a los elegidos del Señor para la tarea de hacer crecer y madurar la cultura de pobreza evangélica. El Espíritu revela definitivamente el secreto del Reino en medio de este contexto cultural salvífico de pobreza evangélica.

En resumen, pues, el hombre nuevo se forma para la inculturación en cuanto asume los valores de los pobres, promueve los valores de los que eligen ser pobres, y se capacita para construir, en el Señor, la cultura escatológica de pobreza evangélica.

6- Comunidad Apostólica

“Entonces llegaron su madre y sus hermanos; se quedaron afuera y lo mandaron a llamar. Como era mucha la gente sentada en torno a Jesús, le transmitieron este recado: "oye, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están afuera y preguntan por ti." El les contestó: "¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?" Y mirando a los que estaban sentados en torno a El, dijo: "Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc.3, 31-35).

La familia de Jesús la constituyen esos hombres y mujeres que el Padre atrae hacia su Hijo y hacen la voluntad de Dios en seguimiento de Jesús, el único Maestro. Ellos forman una comunidad de hermanos y hermanas enviados por el mundo a anunciar el Reino que vivencian. Son comunidad apostólica, son gente pobre y humilde, miembros del Pueblo Santo, herederos del secreto del Reino. Aquí el hombre nuevo nace, crece, y madura. La comunidad apostólica, en fin, es el contexto idóneo y definitivo para crecer en la vida en el Espíritu.

Aunque parezca contradictorio, uno no se forma para la vida de comunidad apostólica, más bien la comunidad apostólica te forma. Es decir, su vivencia es formadora de hombres nuevos. No obstante, la historia de fe de la comunidad apostólica destila numerosas vivencias comunitarias que exigen profundización y crecimiento.

Muchas de esas vivencias comunitarias manifiestan las vertientes de ascendencia y descendencia comunitaria. A primera vista, lo que acabo de mencionar no queda claro. Intentaré aclarar su sentido. Toda comunidad apostólica tiene su origen en vivencias comunitarias fundantes, y toda comunidad apostólica tiene como fruto, vivencias comunitarias complementarias. Podríamos llamar vivencias comunitarias ascendientes a aquellas que marcan con rasgos fundantes a la comunidad apostólica. A la vez, llamaríamos vivencias comunitarias descendientes a aquellas que surgen para complementar la vida del hombre nuevo en todas sus dimensiones.

Con ejemplos aclararíamos mejor lo dicho. Nuestra comunidad apostólica tiene como vivencias ascendientes: la vida de comunidad apostólica de Ignacio con sus primeros compañeros, de Juana de Lestonnac con sus primeras compañeras y, por supuesto, la vida de comunidad de Jesús con sus primeros amigos. Además, nuestra comunidad apostólica tiene como vivencias descendientes: las comunidades cristianas, sus varios servicios y su nueva organización popular.

La formación escatológica, entonces, requiere una previa vivencia de comunidad apostólica, la cual debe ser sometida al escrutinio de la historia de fe comunitaria. Por medio de ese instrumento de reflexión sobre la praxis vivida, saldrá a la luz el paso del Espíritu sobre la comunidad, revelando las vivencias comunitarias más significativas. Estas exigen profundización y crecimiento. El trabajo no quedará completo hasta que no se ahonde en las raíces vivenciales fundantes y se poden las ramas que dan frutos complementarios.

Igual que dijimos con anterioridad que las Ciencias y las Letras no se deben menospreciar como instrumentos auxiliares para la mejor construcción de la cultura escatológica de pobreza evangélica, debemos recalcar aquí que los estudios, por ejemplo, bíblicos, eclesiológicos o históricos, prestarían un servicio similar para una mejor profundización y crecimiento de la comunidad apostólica en todas sus vertientes vivenciales.

7. Discernimiento.

Jesús dijo a Nicodemo: "Por eso no te extrañes de que te haya dicho: necesitan nacer de nuevo, de arriba. El viento sopla donde quiere y tu oyes su silbido; pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así le sucede al que ha nacido del Espíritu" (Jn.3, 7-8).

La libertad de Dios es soberana. Nadie conoce sus proyectos. Superan nuestra comprensión, así como el cielo supera a la tierra en altura (Is. 55,8-9). Dada nuestra incapacidad de ahondar en la libertad de Dios, que reside en el misterio absoluto de amor que es el Padre de Jesús, el hombre nuevo accede a la libertad divina, al acoger con docilidad el soplo del Espíritu. El lugar idóneo y definitivo para percibir el Espíritu y crecer en docilidad a El como ya vimos, no es otro que la comunidad apostólica.

Hablamos de una comunidad apostólica formada por mujeres y hombres nuevos, inculturada, orante y discerniente; abierta al develamiento del Espíritu en la vida de cada uno de sus miembros, en su propia vida y en las chispas escatológicas del Espíritu en el mundo. Esta clase de comunidad, sin duda, paso a paso, según la medida de su gracia, será llevada por el Espíritu adonde no quiere ir (Jn. 21,18) debido a su vocación profética escatológica.

Solamente el Espíritu de Jesús es capaz de mantenernos en la trayectoria de la cruz del Señor. Sin discernimiento, el hombre regresa a sus propios proyectos; para él comprensibles, razonables y plenificantes. Con discernimiento sin embargo, el hombre nuevo es impulsado por el Espíritu a caminar por un camino estrecho, que a la larga se vuelve incomprensible para el caminante, debido a la fidelidad extrema en el amor a la manera de Jesús que el trayecto exige. Este caminar plenifica a la comunidad apostólica, solamente cuando ella se mantiene adherida a la vivencia amorosa de la fe radical en el Señor. Si no se mantiene, el desánimo y el paso atrás no tardan en aparecer.

Por último, el discernimiento nos permite apropiarnos de la voluntad del Señor. Al acoger con docilidad el soplo del Espíritu, entramos de lleno en la libertad de Dios, y nos apropiamos, por la fe, del designio de Dios. Nada es más definitivo que el designio misterioso de Dios para santificar al hombre. Este es un designio escatológico; pasa por la cruz del Señor, y nos lleva directamente al Padre de Jesús.

La formación escatológica no puede ignorar el aprendizaje del discernimiento. El discernimiento es un instrumento connatural al hombre nuevo, fruto de la iluminación del mismo Espíritu, y garantizado por la fidelidad del Señor a sus elegidos. No deja, de todos modos, de estar minado por sutiles engaños. Por eso conviene precisar las claves y procesos auténticos de discernimiento, para distinguirlos de aquellos cargados con falsedades sutiles. El estudio y apropiación de espiritualidades auténticas, que aclaren el proceso de discernimiento, auxilia a la comunidad apostólica a mantenerse fiel al silbido del viento; por tanto, deben incluirse como parte del proyecto de formación escatológica.

8- Seguimiento radical de Jesús.

"Jesús les habla de nuevo y dijo: "Yo Soy la Luz del mundo, El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida"(Jn 8, 12).

Todos los que el Padre atrae convergen en Jesús, hombre que da luz y vida, uno con el Padre, lleno del poder del Espíritu. Un hombre así es un hombre nuevo. Irrumpe en la historia por obra del Amor compasivo de Dios al mundo. Todos los que lo siguen se apropian por la fe radical de su novedad y quedan constituidos en mujeres y hombres nuevos, a semejanza del Señor.

A Jesús, como hombre nuevo, le corresponde una misión nueva: dar remate al Reinado del Padre (Jn, 4,34). Hasta el tiempo de Jesús, Dios habló al mundo, por medio de los profetas. El último de los profetas fue enviado por Dios al mundo, para dar a conocer al mismo Dios. En esto consiste lo definitivo y último de la historia de salvación: Dios se anuncia a sí mismo por medio de la vida y mensaje de su Hijo Único, Jesús (Heb. 1,1-2). Tal misión la asume y la pone por obra Aquel que propiamente podemos llamar, el Profeta Escatológico. Todos los que siguen a Jesús, comparten también con El, en la medida de su adhesión al Señor por la fe radical, su profetismo escatológico. Anunciamos, pues, al Padre de Jesús por medio de nuestra vida y mensaje. Tal misión la realiza el mismo Dios-con-nosotros, por medio de nuestra docilidad al Espíritu de su Hijo Jesús (Jn.14).

El profetismo escatológico de Jesús pone fin a las amarras del pecado del mundo, los hombres, doblados por el peso del desprecio a los pobres; los engaños sutiles y mortales de Satanás; el abandono del pueblo por sus pastores asalariados; la injusticia tolerada y generalizada que sufren los débiles por opresores idolatras; y el desfigurar impunemente el rostro compasivo de Dios por los líderes religiosos; en fin, los hombres, cargados con el peso del pecado del mundo, no encuentran salvación. Claman junto con Pablo: "¡Desdichado de mí! ¿Quién me librara de mí mismo y de la muerte que llevo en mí? A Dios demos gracias, por Cristo Jesús, nuestro Señor"(Rom 7, 24-25).

A Dios demos gracias, pues Jesús ofrece a los pobres la predilección de parte del Padre; a los cautivos de Satanás, ofrece la sentencia contra el amo de este mundo y la libertad desde la elección por la pobreza evangélica, la elección por el menosprecio del mundo y la elección por la dependencia humilde y radical en El; a los abandonados por sus pastores, ofrece la luz: el seguimiento radical a El desde una opción definitiva en fe radical amorosa; a los oprimidos por la injusticia, ofrece la liberación, por medio de una vida alternativa, al formar parte del pequeño rebaño en donde el Padre cuida personalmente de cada uno de sus hijos, y en donde ninguno de los hermanos pasa necesidad; y, finalmente, a todos, ofrece el perdón gratuito de los pecados, en sobremedida, ya que brota del corazón compasivo del Padre, con tal de que los hombres le den adhesión a su Hijo (Lc 4, 18-21).

Esta misión, como vemos, anuncia el fin del cautiverio de los hombres y el comienzo de una vida nueva en el Espíritu. Es la misión escatológica; no habrá mayor ofrecimiento de liberación a los hombres de parte de Dios. Jesús, profeta escatológico, hombre nuevo, recrea sus rasgos en sus elegidos. Nosotros, por tanto, mujeres y hombres nuevos, profetas escatológicos, caminamos guiados por el Espíritu, a una siempre mayor semejanza con Jesús en su vida y mensaje. Por medio de nosotros, pues, el Señor continúa poniendo fin a las amarras del pecado, y ofreciendo luz y vida al mundo.

Es obvio, entonces, que la formación escatológica tiene que formar en la novedad de la persona y misión de Jesús. Ninguna escuela de formación está capacitada para eso. Recordemos que el formador es el Espíritu, el contexto es la comunidad apostólica formadora, y el camino a seguir es Jesús. Siempre y cuando eso se da, la escuela de formación puede ofrecer criterios para verificar nuestra adhesión a la novedad de la persona y misión de Jesús. Y, en caso de incoherencia, brindar pistas para rectificar nuestra adhesión. Acá será necesaria mucha creatividad en el Señor para lograr que la verificación y rectificación sean vivenciales y toquen fondo.

Los estudios cristológicos, especialmente aquellos que intentan pincelar el Espíritu del Jesús histórico, encarnado entre los pobres, vengan de teólogos académicos o de teólogos populares, pueden ser de utilidad para ilustrar quién es este Hombre. Más útil todavía serán los ensayos en cristología basados en la praxis de seguimiento radical de Jesús en comunidad apostólica. Nuestra comunidad comienza a tener esos escritos; otras comunidades harían bien en reflexionar y escribir sobre sus vivencias de seguimiento radical de Jesús.

Recapitulación: metodología de reflexión sobre la praxis y conclusión - Camino a Emaús.

“Ese mismo día, dos discípulos iban de camino a un pueblecito llamado Emaús, a unos treinta kilómetros de Jerusalén, conversando de todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar a su lado, pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Jesús les dijo: "¿Qué es lo que van conversando juntos por el camino? Ellos se detuvieron con la cara triste. Uno de ellos, llamado Cleofás, le contestó:- ¿Cómo? ¿Así que tú eres el único peregrino en Jerusalén que no sabe lo que pasó en estos días? "¿Qué pasó?", pregunta Jesús. Le contestaron: "Todo ese asunto de Jesús Nazareno. Este hombre se manifestó como un profeta poderoso en obras y en palabras, aceptado tanto por Dios como por el pueblo entero. Hace unos días, los jefes de los sacerdotes y los jefes de nuestra nación lo hicieron condenar a muerte y clavar en la cruz. Nosotros esperábamos, creyendo que El era el que ha de libertar a Israel; pero a todo esto van dos días que sucedieron estas cosas. En realidad, algunas mujeres de nuestro grupo nos dejaron sorprendidos. Fueron muy de mañana al sepulcro y al no hallar su cuerpo, volvieron a contarnos que se les habían aparecido unos ángeles que decían que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y hallaron todo tal como habían dicho las mujeres; pero a El no lo vieron. Entonces Jesús les dijo: "¡Qué poco entienden ustedes y cuánto les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Cristo padeciera para entrar en su Gloria?" Y comenzando por Moisés y recorriendo todos los profetas, les interpretó todo lo que las Escrituras decían sobre El. Cuando ya estaban cerca del pueblo al que ellos iban, El aparenta seguir adelante. Pero le insistieron, diciéndole: "Quédate con nosotros, porque cae la tarde y se termina el día." Entró entonces para quedarse con ellos. Una vez que estuvo a la mesa con ellos, toma el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero ya había desaparecido. Se dijeron uno al otro: "¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y en ese mismo momento se levantaron para volver a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los de su grupo. Estos les dijeron: "¡Es verdad! el Señor resucitó y se dejó ver por Simón." Ellos, por su parte, contaron lo sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc. 24, 13-35).

Los dos discípulos de Emaús habían sido formados por el Espíritu de Jesús, vivían en una comunidad apostólica formadora y seguían a Jesús, el Camino al Padre. Después de un tiempo, a raíz de una fuerte crisis que padeció su comunidad apostólica cuando murió el Señor, ellos se encontraron desanimados y decididos a dar un paso atrás en el seguimiento radical de Jesús. Tan grave era su situación, que necesitaban prontamente reafirmar su adhesión definitiva y amorosa al Señor, para no perderse del todo. Así que Jesús, por el camino a Emaús, inició con ellos lo que nosotros queremos iniciar: una escuela de formación escatológica.

¿Cómo lo hizo el Señor? Usó la metodología de la reflexión sobre la praxis. Primero, les pide que expongan la realidad acontecida: la muerte de Jesús. Claro, como la realidad siempre es vista por el creyente a través de los ojos de la fe, ellos a su vez expresan implícitamente la fe que da sentido, o no, a la realidad. En este caso, su fe no es capaz de dar sentido a la muerte de Jesús. Además, desde el principio Jesús conoce, a la vez que ellos, su actuar: escapar lo antes posible de Jerusalén al remanso de paz llamado Emaús. Ahora hay que reflexionar sobre esta praxis.

La reflexión toma dos vertientes. Primero el Señor les da la oportunidad para verificar si su praxis es auténtica, al confrontar su fe con la fe de Jesús, les dice: ¿No anunciaron los profetas la muerte y resurrección del Cristo? Segundo, cuando el Señor nota que los discípulos acogen la confrontación, comienza entonces el proceso de rectificar la poca fe de los discípulos. Jesús por medio de un estudio bíblico, histórico y cristológico, lleva a sus amigos a profundizar y crecer en la fe auténtica: aquella que da sentido al designio definitivo de Dios para la salvación de los hombres.

Pero, no sólo por iluminación se convierte el hombre, sino por una invitación amorosa a poner por obra la adhesión definitiva a Jesús. La iluminación tiene que ser vivencial. Por eso, Jesús tiene una comida eucarística, con mayor razón fraterna, con ellos, como signo de acogida y perdón a sus amigos. Al ser dóciles a la invitación de ser uno con Jesús, convergir en El, los discípulos despiertan y renuevan su opción definitiva y amorosa por Jesús. El Señor los rehabilitó.

Sigue ahora una nueva praxis, una praxis impulsada por la fe radical. Ahora tiene sentido ser uno con Jesús, hasta en su muerte. Volvamos, pues, dicen los discípulos, y compartamos nuestra nueva vida en el Espíritu con nuestros hermanos en la comunidad apostólica de Jerusalén.

Nosotros, también, daremos a luz nuestra escuela de formación escatológica. El Señor, en nuestros días, sigue con nosotros camino a Emaús.